top of page

CORAZÓN DE CRISTAL


En este momento paso mis horas pensando cómo dejar de sentir, cómo volcar la carga emocional de mis días a mi cerebro y hacer de mis latidos una canción racional y objetiva. ¿Por qué aferrarse a lo que no puede ser? ¿Por qué crear anclas a sentimientos lejanos y ausentes? Pues porque sí; porque así de irracional y subjetivas resultan las emociones. Siento la grama amoldarse a mis muslos, peinarse a los lados mientras mis piernas rozan el césped fresco. Un mar esmeralda se extiende hasta el horizonte, formando una línea en el infinito, allá donde mis ojos no alcanzaban a ver. Dejo mi espalda caer sobre el tronco desnudo y cierro los ojos. El viento sopla sutilmente, su silbido constante se mezcla con el cantar de las aves y el murmullo de extraños que deambulaban en los alrededores. El ruido se vuelve lejano, muy, muy lejano haciendo que todas las voces y la brisa se amalgamen de pronto en un silencio homogéneo que me ciega hasta la consciencia. Permanezco inmóvil, mis ojos siguen cerrados, yo sigo sentado en el mismo pero una extraña sensación de ahogo recorre mis entrañas, como si mi cuerpo, que recordaba sobre el jardín, cayera despacio en medio de un vacío oscuro y solitario. Respira de prisa, esperando aterrizar en la realidad, esperando despegarme de la caída inminente y del sentimiento anexo.

Abro los ojos. Estoy de pie, solo, en silencio, en medio de un camino largo y angosto. No tengo idea de cómo llegué hasta aquí. Una fila de árboles se extiende en ambos lados, sus bases gruesas se vuelven hileras individuales y heterogéneas a lo largo del camino, pero a medida que sus ramas escalan alturas, se convierten en un cúmulo entretejido de líneas desnudas marrones y naranja que abrazan el aire cubriendo el cielo. No sé que día es, mucho menos la hora. El cielo ofrece vestigios azules pero no hay luz radiante, y aunque pareciera evidente, en este momento no tengo muy claro si es de día o de noche, solo sé que camino a través de un pasillo de tierra donde yo soy el único pasajero en tránsito. Miro a mi alrededor examinando el trayecto, buscando pisadas, rastros de vida, buscando, tal vez, explicación u objetivo de viaje. Ando despacio pero sin detenerme. Hay solo un camino a seguir, sin encrucijadas ni intercepciones, sin elevados ni autopista. Vislumbro una curva bastante amplia y cerrada al final del camino. Los árboles comenzaban a cambiar a medida que discurría la curva. Las ramas se poblaban de hojas y flores. La red se dispersaba y sobre ella podía ver el vacío azul que se extendía uniforme a lo alto. Insisto, no hay luz ni nubes, no estoy seguro tampoco que sea el cielo. Miro en toda las direcciones, de nuevo. Escondida entre ramas y hojas se insinúa un cúpula de cristal con cuatro lados. Acelero mi andar en dirección a mi nuevo destino, para descubrirme en el portal de una casa enorme. Miro a mis espaldas, seguía solo. Las puertas están abiertas.

Miro detenidamente, no es una casa común. Las paredes habían sido reemplazadas por paneles de vidrio transparente, barreras invisibles que daban la sensación de un espectro en medio del desierto. Tenía varias ventanas, ventanales más bien; todas cerradas, todas transparentes como el resto del lugar. Los vidrios se mantenían unidos por delgadas columnas amarillentas que ensamblaban a un gigante con coraza incolora.

Camino con cautela al interior. Más que una casa, era un palacio, un palacio de vidrio edificado al final de un jardín. Me detengo en el centro y giro en 360 grados. No hay muebles ni repisas, no mesas o sillas, nada. No tengo compañía y, además, el lugar está completamente vacío. Alzo la voz un par de veces pero solo un eco repetido contesta mis preguntas. Me quedo de pie, en silencio, en el centro de aquel palacio. No sé que hago en ese lugar. Me siento casi como en un mundo diferente, en una dimensión distinta. Mis sentimientos están aplacados, y para este punto no sé ni siquiera si siento frío o calor. En este momento soy solo yo, un cuerpo detenido en una atmósfera invisible sin sensaciones.

Me siento debajo de la cúpula cuadrangular y miro como las barras confluyen hacia un centro cuadrado formando una telaraña simétrica. Ahora lo recuerdo, busco un interruptor. Recorro el techo, no hay lámparas, luces, bombillos ni ningún otro artefacto que encender o apagar pero aún así estoy convencido de que mi objetivo es buscar un interruptor.

Camino rozando los vitrales alargados. Siento su superficie lisa pero no me trasmite nada, ni temperatura, ni dolor ni placer. Insisto (de nuevo), en esta dimensión soy una masa inerte. ¿Qué es lo que realmente quiero apagar? ¿Por qué necesito el interruptor?

Abro los ojos bruscamente. Grito, largo y constante. Una fuente lejana tranquiliza mis movimientos, y un par de turistas distraídos me miran desconcertados. La veo a lo lejos. Sí, ahora todo tiene más sentido, o por lo menos en mi cabeza. Había aterrizado en algún punto de mi torrente sanguíneo, caminado a través de mis venas, vasos desiertos que me hacían desembocar justo del lado izquierdo del pecho. Me pregunto, en esta realidad, en esta dimensión: ¿Dónde se apaga el corazón? ¿En qué lugar del órgano se encuentra ese interruptor mágico que nos desconecta de las emociones? No bastaron doce año de estudios médicos para descubrir el milímetro específico o el mecanismo adecuado para detener el latir avasallante e incontrolado de ese músculo en específico. Yo no entiendo la inteligencia emocional, yo no sé querer de otra forma Pero, ¿Por qué incluso en sueños buscaba incansablemente aquel interruptor? ¿Acaso sentir es tan malo? No lo creo. Pero los sentimientos no abrazan en las noches, su ritmo, más que una canción de cuna, se convierte en una ruidosa orquesta desafinada que espanta a Morfeo, que hace a los sueños huir despavoridos abandonando la almohada, revolviendo, aún más, el torbellino de pensamientos y emociones. Ahora, lo más importante, ¿Quiero dejar de sentir? ¿Quiero despertarme un día y descubrir que todo se ha ido? No, definitivamente no. Siento en silencio, me aferro escondido a una soledad que acompaña, a besos intangibles que sacian la sed y calman el hambre. No es tan sencillo apagar el deseo, ni mucho menos fácil calmar la ansiedad de quererte a pesar de que no querer. ¿Tú? ¿Ya encontraste tu interruptor?


Entradas destacadas
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Redes
  • Instagram Social Icon
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
bottom of page