top of page

EL ABRAZO DE SANTIAGO (Diario de un Peregrino de Compostela)


Suena por segunda vez el despertador, son pasadas las 6 de la mañana y ahora si llegó el momento de levantarse, despertar a los otros y arreglarse para caminar otros 30km hasta Santiago. Los pies hinchados con un par de ampollas, las rodillas y tobillos crujiendo con cada paso al caminar y por supuesto, mi mas fiel compañera, la querida GRAN mochila de los 19kg. Hace frío pero no hay nubes. El cielo todavía oscuro pero se pronostica un paisaje soleado para el resto del día. Un par de tazas de café americano grande, el pasamontañas en la cabeza para saltarse el paso de arreglarse el cabello, la linterna (frontoluz) encendida y en marcha.


El más difícil siempre es el primer paso. Caminas despacio luchando contra el sueño y los hombros, tambaleándote con la duda y la eterna pregunta de ¿por qué, si no he comprado nada, la mochila pesa más cada minuto?


Dejas atrás la noche, los albergues, las duchas, las iglesias y a los peregrinos. Estas andando, con una rodilla herida y un bastón de avellano que alivia, intermitente, la articulación contra lateral. Abandonas la carretera y la flecha amarilla señala el inicio del sendero, una cuesta empinada y sola que pareciera no acabarse nunca. Las hojas, caídas por las brisas del otoño, acarician resignadas la textura de las primeras nevadas, los arroyos sucumben ante el frio del invierno y nos brindan una pista resbalosa de hielo fresco. ¨Buen Camino Peregrino¨, se escucha a lo lejos, y una anciana de sonrisa tímida saluda por entre las ventanas de alguna casa en alguna aldea gallega.


¿Por qué hiciste el Camino de Santiago? La respuesta nunca es fácil para ninguno de los peregrinos. Religión, deporte, turismo, cultura, curiosidad e incluso una mezcla de todas, lo cierto es, que mientras lo recorres, pareces liberarte de complejos, tabúes, vergüenza, tristeza y amargura, y es que es precisamente ahí, en medio de la nada, rodeado por hojas danzantes y viento silbante, cuando te das cuenta que todos los seres humanos, sin importar raza, religión, condición sexual o edad, todos buscamos lo mismo, paz y un par de sonrisas con las que despertar cada mañana, el resto son solo artificios para decorar una vanidad que al final de cuenta poco frutos rinde.

Llega el gran momento, ese en el que entre lagrimas vislumbras las torres inmensas de la catedral de Santiago de Compostela, el momento en el que entre emoción y nostalgia anticipada subes los peldaños de las escaleras para dar el gran abrazo al apóstol. Te secas las lágrimas, sostienes aquel bastón desgastado y miras atrás, ahí están, una hilera llena de peregrinos ahogados en la más feliz melancolía, un centenar de historias cruzadas que se despiden entre idiomas diversos y ciudades lejanas con la promesa del regreso. Te quedas solo, sigues el reflejo de aquel altar cristiano bañado en oro y es cuando inevitablemente te preguntas ¿Y ahora que


Si, caminar mas de 25km diarios atravesando senderos, cargar una mochila que lucha con tu cuerpo por mantenerse guindada, soportar la brisa fría del invierno colándose entre tus ropas, es una prueba de resistencia y sobretodo de fe, de fe en ti mismo, pero existe en mi opinión algo mucho mas difícil aún, esa prueba de confianza y de estima propia se llama volver al mundo real. Y es que básicamente la vida de un peregrino es bastante simple, la mayor preocupación discurre entre el clima y las ampollas dolorosas, entre la pregunta eterna de ¨¿cuanto faltara para el próximo pueblo?¨ y el muy clásico ¨muero de hambre¨, pero es aquí, en el mundo real, en el retorno a casa cuando realmente pones a prueba toda esa estima, confianza y fe que profesas haber ganado entre las montañas españolas.


Alguna vez escuche decir ¨El Camino comienza en casa¨, y si al caso vamos, el camino es un trayecto en circulo que, inevitablemente, debería regresarte de vuelta.


Abrí los ojos esa mañana de diciembre. Temblaba de frío mientras esperaba el vuelo que me llevaría de regreso a casa. Un rayo de sol se coló entre mis párpados haciendo todo más claro, todo más nítido. Descubrí, entonces, que no era la paz un tesoro que debía buscar entre hojas y recuerdos caídos. Embarqué el avión sonriente. Al final, un día como hoy o como mañana, te das cuenta que el sol siempre brilló, abres los ojos y descubres que entre las ramas muertas de algún arbusto siempre se cuela algún rayo de luz que te devuelve esa sonrisa que, desde hace algún tiempo, extrañabas al verte al espejo.



Entradas destacadas
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Redes
  • Instagram Social Icon
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
bottom of page