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Nuestra Caracas

Las calles son diferentes. Los árboles, los edificios, incluso las montañas no son las mismas. Todo ha cambiado desde que te fuiste; todo y todos, incluso yo respiro diferente.

Hoy camino entre agonía y desespero. Miro hacia atrás constantemente, presidiario de la paranoia y con el delirio de que alguien me persigue, de que debo acelerar mis pasos hasta quedarme sin habla, sin aliento. Hoy la ilusión rueda sin frenos a través de una bajada empinada que no me permite detenerla; Hoy la alegría se sumerge bajo el agua, agotando el oxígeno y todo recurso vital que pueda salvarla; Hoy la esperanza se transforma en un recuerdo, en un memoria nostálgica que evoca otras épocas, otros corazones, latidos como el tuyo o como el mío, nuestros latidos.

Me abandono en las corrientes mansas de un pasado mediato, tan cercano como esa risa contagiosa que dejabas escapar cuando me llenaba de furia o gritaba amargado. Porque así soy yo, sin paciencia, sin manera de moderar el tono de voz o los insultos; porque así eres tú, paciente y sonriente, comprendes y escuchas.

El sol deslumbra los árboles tupidos del Parque Los Caobos. Hojas se adhieren con fuerza a ramas gastadas y riegos escasos. Yo miro la fuente, tú me haces fotos. Te miro, sonríes, yo sonrío de vuelta porque aunque no lo diga, te quiero y te quiero como a nadie. Suena el click de la cámara, suena el sabor de tus besos. Para ti no hay peligro, todo está en mi mente, todo es una aventura. No te importa si se esconde el sol entre aquel Soto sonoro del Teresa Carreño o a los pies del Miranda que espera resignado en la Galería de Arte Nacional. Aquí todo es cuestión de arte, no de dinero.

Suena la música, te miro discreto, tu pareces no advertir mis ojos. La música hace una pausa, yo aplaudo emocionado. Una señora encopetada me manda a callar. Tu mueres de risa mientras yo la insulto en voz baja. ¨Se te salió el monte¨, me dices, siempre en voz baja, siempre entre susurros para no interrumpir a la famosa orquesta.

Cae la noche. El sol se arropa y la luna, tan blanca como ausente apaga las luces del caos y la furia. Entramos al mercado, compramos un par de vegetales mientras tu cantas Lady Gaga. Luego tarareas la banda sonora de Singing in the Rain para que yo improvise un tap precario en medio del pasillo alumbrado y tu haces esfuerzos por no soltar la carcajada. “Estas lleno de drama y show, ponte a escribir, haz teatro” - me dices. “Ponte a escribir”, “Ponte a escribir”, “Ponte a escribir” y se repite un montón de veces como un eco.

Pasó un año, doce meses sin verte, sin hablarte, sin saber de tu vida y todo por mi culpa, por mi extraña obsesión por sabotear mi alegría y acompañarme de tristeza y soledad. Lo cierto es que me llamas, has encontrado en internet una página web que expone uno de mis poemas, pero eso es solo una excusa, me llamas porque me extrañas, lo sé porque yo también te extraño, porque buscaba una excusa parecida para hacer sonar tu teléfono.

Sorprendido y alegre te contesto, te regreso a mis días, a mi show, a mis gritos, a mi mal humor de siempre. Vuelven tus planos, tu arte, tus canciones, tus libros, tus poemas, tus edificios, tus casas, tus espejos, tu forma particular de hablar, con ese acento oriental que ni los años logran arrancarte del todo, regresan tus pisadas adolescentes que yacen encerradas en piel adulta, en mente evolucionada, en sonrisa brillante y así como decides volver, decides marcharte.

Hoy se cumple exactamente un año desde que dejaste Caracas y aunque me gustaría decir que todo sigue igual desde que te fuiste me temo que no. Todo ha cambiado, como te dije, hasta el aire se inhala diferente, hasta el asfalto se siente diferente, incluso aquellos árboles que tanto nos gustaban huelen diferente. ¿Te acuerdas del Bucare en Altamira que tanto nos gustaba? Pues también se fue, contigo parece.

Yo estoy bien, he cambiado, como la ciudad; soy otro y te hice caso. Escribí, escribí un montón, escribí tanto que ya mis dedos me duelen, escribí tanto que mi corazón galopa contento en medio de un pecho sin armaduras ni corazas, esas rejas que tu me ayudaste a desarmar y hoy te extrañan a borbotones.

Hay un par de cosas que todavía quiero que hagamos juntos. Quiero llevarte a San Juan, que conozcas mis calles y mis trozos de niño. Quiero ir a tu casa, a tu costa, a tu pueblo querido. Quiero despertarme de madrugada para ayudarte a entregar un proyecto. Quiero que me lleves al Museo Sacro en el centro, que caminemos por sus pasillos mientras yo insisto para que vuelvas a tomarme fotos, un montón de fotos. Quiero que vayamos de nuevo al Sistema Nacional de Orquestas y aplaudir antes de que se acabe el concierto para que te burles de mi monte. Quiero salir y comer ceviche en la acera de enfrente y jurar que haré un post en mi blog (el que nadie lee) sobre el Mercadito Peruano de Quebrada Honda. Quiero regresar a comprar películas contigo y que me hables de Fellini y Pasolini. Quiero que subamos juntos a Sabas Nieves y ponerme la licra que te daba tanta arrechera porque las viejas me veían las piernas. Quiero que me lleves a ver al Águila Arpía en el Parque del Este y decirte que no entiendo tu emoción con ese pájaro insípido. Quiero estacionarme en la Tahona y escuchar una misa de domingo contigo en La Sagrada Familia de Nazaret. Quiero escucharte, escucharte, escucharte y no dejarte pasar el día de tu cumpleaños sin mi. Quiero buscarte en Lola de madrugada y que me beses con el aliento empapado de alcohol mientras gritas mi nombre por las ventanas y yo, obviamente, me arrecho de nuevo. Quiero que estés aquí, quiero que todo vuelva a ser como antes, quiero que me hagas enamorarme de nuevo de estas calles, quiero que Caracas vuelva a ser de los dos, mía y tuya, nuestra Caracas.


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