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QU'ILS MANGENT DE LA BRIOCHE


Querida Marie Antoinette:

Decía Frida que "donde no puedas amar, no te demores", pero incluso sabiendo que amarte sería imposible, me detuve a besarte, y ¿sabes qué? No me arrepiento.

La noche inundó el cielo de forma prematura. No eran pasadas las seis de la tarde cuando el día se minó de estrellas. Yo permanecía aferrado a la silla de un bar concurrido. La sinfonía que evocaba amores pasados se volvía un rumor que arrastraba el viento. El chelo retumbaba de a ratos, los violines parecían cansarse y el baile, que solía estallar en mis tímpanos, se convertía un sollozo que luchaba entre corrientes para evitar hacerse inaudible.

Así te vi por primera vez, borrosa, empañada, nublada entre lágrimas y lamentos, entre alas rotas y sueños deshechos, intentando, sin éxito, dar vida a la masa amorfa que alojaba en el lado izquierdo de mi pecho. Tú sonreías, y tus pestañas buscaban seducirme sin saber el dolor que se escondía en mis ojos. Volteé la mirada pero tu insististe y mi agonía maltrecha terminó aterrizando en tu pecho desnudo, en tus sábanas, en tu sonrisa casual que no parecía pretender más que una noche de besos alicorados.


Mis latidos comenzaron a buscarte, a perseguir tus besos, tu piel, tu aroma. Era una odisea carnal, vanidosa. Quería sentir tus brazos acariciando mis penas, tu lengua posarse en mi llanto, tu sonrisa alumbrando en mi penumbra y resultó que incluso sin saberlo terminé corriendo en círculos, siguiendo pistas de luz pintadas en tu rostro, transitando veredas incógnitas que me llevaron, de repente, a lo que parecía un hoyo negro que abrazaba esperanzas, que funcionaba como un motor de sonrisas que llenaba de alegría mis mañanas y de orgasmos mis noches.


Estábamos juntos. Yo me escondía del sol, tu te exponías a sus rayos. Me veías tímida, cautelosa, inquieta. Te tomé de la mano y comencé a besar tus dedos mientras cerraba los ojos. Era para mí, la única forma de aferrarme a tu cariño pasajero. Sentí tus uñas rozar sutiles mi rostro, tus labios se movieron y te escuché decir por primera vez ¨Creo que estoy un poco enamorada de ti¨ en ese español a medias que me llenaba de carcajadas el alma.


Nunca me atreví a decírtelo adorada Marie Antoinette, pero buscándote me encontré a mi mismo y es que, irónicamente, sin conocerme descubriste quien era y con tus besos me enseñabas a entender de lo que estaba hecho. Me armé, entonces, de coraje, de esa valentía que solamente tus abrazos parecían darme, y salté hacía ese precipicio que llamamos vida. Gracias a tus lecciones, me sentía invencible.


Cierro los ojos y siento una lágrima correr en mi cuello. Eres tu quien se apoya en mi hombro. Tus ojos entreabiertos parecen arrugarse y ya yo no puedo contener las lágrimas, me vuelvo un niño indefenso que llora en voz alta porque no quiere dejarte ir, porque insiste en que un par de semanas no alcanzan para llenar los rincones de su cuerpo con el tuyo, porque le reprocha de nuevo a la vida, su sed de injusticia, aún sabiendo, desde la primera sonrisa, que pronto sería tu momento de partir. Ella nos interrumpe, es un voz anónima que anuncia el último llamado para tu vuelo. Seco tus lágrimas. Mis mejillas permanecen húmedas. Te das la vuelta y aunque insisto en hablarte te niegas a voltear. Agachas la mirada y te alejas ensayando una especie sonrisa, te pierdes en la multitud mientras yo sigo tus pasos a lo lejos.


Hay otro para de cosas que tampoco me atreví a decirte Duquesa, y es por eso que hoy te escribo estas líneas. Yo también estoy un poco enamorado de ti, aunque te juro que hice mi mayor esfuerzo para evitarlo. Y hoy que estas a cientos de kilómetros de distancia cierro los ojos con la esperanza de volver a verme en los tuyos, en las ondas doradas de tu cabello que nunca dejo de estar peinado, de tu sonrisa serena que aquietaba hasta las olas del mar.


Gracias querida Marie Antoinette, gracias por descubrirme, gracias por devolverme la sonrisa, porque es ahí, cada vez que mis labios se curvan, cuando recuerdo lo bonito que fue conocerte.


Te extraña constantemente

Antonio.


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