top of page

All that Jazz: Holocausto


Esa noche la luz se apagó. Estaba sentada en medio del camerino de "Lolita". Miraba atónita espejos en ruinas y bombillos quebrados cuando escuche el estridor transformar la electricidad en una línea inerte sin fuerza para calentar cuerpos o alumbrar corazones. Mis penas desfallecían en penumbra, gritos anónimos corearon los últimos vestigios de la guerra; y la muerte, tan maldita como eufórica ofrecía una ovación de pie al dolor y el odio. Encendí un par de velas blancas y me miré en el espejo quebrado. Mi reflejo no era más que un espectro cortado, triste y tenue. Alcé mis manos y descubrí mi lágrimas. Hurgué a tientas las líneas de mi rostro y me maquillé despacio en medio de una sinfonía de bombas y disparos, de ansiedad y desespero.

A un lado, Sally y Christine suspiraban moribundas, intentando atrapar, en el aire, los últimos rastros de vida, los últimos fragmentos de oxígeno. Sus trajes rasgados por el olvido y el hambre mostraban trazas de sangre seca y lentejuelas quebradas que caían deshechas en compañía del hambre y el frío.

El tiempo arrastraba recuerdos como una corriente brusca que destruye todo a su paso y el brillo escalofriante del ayer se convertía en migajas esparcidas en mi cabeza. Éramos quince pero quedábamos tres, tres tristes, tres olvidadas. La multitud eufórica se había disipado con el pasar de los años. Unas se marcharon, unas fueron asesinadas, otras decidieron morir. Ya no quedaba ni la sombra de nuestra hermandad, una fraternidad erguida al pie del baile, un secta invadida por el alma armónica del Jazz que inundaba cada rincón de risas y placer, de sudor, orgasmo y alcohol.

Abrí los ojos despacio. La escarcha y las plumas se adosaban a mi cara. No sonreía, para este momento parecía yo un payaso triste que contempla de cerca la llegada de la muerte. Estaba segura que no pasaría mucho para que dentro de la casa solo quedaran tres cadáveres tristes, olvidados, putrefactos en medio de una sociedad que decidió matarse unos a otros en lugar de dejarse sucumbir ante el amor y la alegría.

El viento soplaba con fuerza, el frío reinaba en las calles. Todos tenían demasiado miedo como para salir de sus casas. El terror se apoderaba de las esquinas, y el paisaje disponible superaba, con creces, cualquier historia de ficción contada. El Jazz se intercambiaba por explosiones, estallidos, estruendos dolorosos que taladraban constantes a los vecinos. Nuestros hogares se convertían en celdas que albergaban dolor y soledad. Listones de madera cubrían las ventanas y entre los baches solo veía sangre y desespero. No había esperanza, ya no había siquiera una formula de aliento que enseñara a mantenerse con vida.

Mi maquillaje se esparció diluido por lágrimas, lágrimas agónicas que empapaban mi cuerpo moribundo. Tarareé mi canción favorita y me puse de pie. Caminé recordando mis antiguos pasos de baile, mi estrategia de seducción, los focos incandescentes que bañaban de erotismo mi cuerpo. Ellas reunían sus fuerzas remanentes, arrastrándose por el suelo intentando alcanzarme, pero era inútil, todo se había marchado, incluso la voluntad.

La escenografía de terciopelo rojo se convertía en nuestro lecho de muerte, en una tumba al aire libre que albergaría sueños y pasado como una fosa común que guarda cuerpos sin rostro ni identidad. Seguí bailando, pasos tristes, piruetas agónicas, cadáver danzando, viejo, olvidado, moribundo, movimientos intercalados con sollozos y lamentos.

Un destello, un relámpago, un nudo ensordecedor colado entre las cortinas. Sus gritos, mis ojos, mi cuerpo, mi música, mi piano y mi voz, todas encerradas en un halo de fuego. Llamas inundando mi ropa, fusiles destruyendo mi espíritu. Mi garganta, mis piernas, los aplausos, mi nombre, las luces, el dinero, el sexo todas resumidas en un solo orgasmo, todas reducidas en un solo aliento, mi último aliento triste.


Entradas destacadas
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Redes
  • Instagram Social Icon
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
bottom of page